lunes, 26 de septiembre de 2011

¿Quién entiende al toro?

Desde que se inventaron los toros bravos hasta ahora han pasado, según algunos historiadores heterodoxos, como yo, varios miles de años. No hay razón aparente, ni causa, ni motivo, ni nada que justifique la selección artificial de las características de bravura en una época tan antigua, ya que nadie es capaz de demostrar para qué querían los prehistóricos habitantes de las dehesas peninsulares un animal intratable, fiero, totémico e inútil.

El arte de cúchares, como el sacrificio de las vacas en Vietnam, o el Sumo japonés, o la lucha canaria, o los sacrificios humanos mayas son restos arqueológicos de algo que antes tenía sentido y ahora no lo tiene. Y por eso, todas esas "tradiciones culturales" se ven abocadas a la desaparición.

La sociedad y la convivencia se nos han vuelto pacíficas, agnósticas, ordenadas, críticas, racionalistas, científicas, políticas, metrosexuales y democráticas.
Por eso cada vez menos se entiende que tenga sentido jugarse la vida delante de un toro para demostrar la superioridad metafísica del hombre sobre la naturaleza, ni que sirva para nada, como era costumbre, hacerle un quiebro desnudo a la luz de la luna para ganarse la honra de la masculinidad.

Os recuerdo que a los ajusticiados en Roma los mataban literalmente clavados en una cruz. En algunos países (que calificamos como medievales) han dulcificado la cosa y lo hacen a pedrada limpia. En la cúspide estadounidense del desarrollo intelectual les ponen ahora una indolora inyección letal.

El mismo proceso vivimos con nuestra "fiesta nacional". Lo que antes era masculinidad, reto, aventura, religión, creencia, fe, instinto, supervivencia, energía, triunfo, símbolo y victoria, ahora es una simple fiesta cruel, sangrienta, innecesaria, absurda, reprochable, asquerosa, pervertida o inmoral.

Por eso, el torero y el aficionado vibran con lo que entienden como una exaltación de la dignidad humana, mientras que el civilizado defensor de los animales sólo ve, en la misma corrida, un impune acto de cobardía y muerte injustificada.

Los dos llevan la razón porque los dos viven en entornos culturales distintos. El taurómaco sale al campo y merienda las endrinas que encuentra. El animalista se lleva un "sandwich". El taurino se enaltece con la sensualidad de un pase. El progre se pone condón cuando siente eso mismo.

Muy poco han terciado la mujeres en esta polémica, porque indagando profundamente en las razones íntimas por las que unos quieren prohibir lo que a otros entusiasma he llegado a la conclusión de que el debate en realidad consiste en saber cómo hay que decirle a una hembra "yo soy más macho que los demás" (ambición unánime de todos los hombres de todas las épocas). Unos lo demuestran citando, parando, templando y mandando. Otros lo hacen auto proclamándose adalides de la modernidad y el progreso.

Arbolcom.

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