miércoles, 20 de junio de 2012

Dios mío, átame a la silla, que me vuelco...

Para terminar uno de los conciertos más aburridos a los que he ido en mi vida, la Orquesta de Granada (o como se llame, el 19 de junio de 2012, a la atardecida) concluyó su deplorable repertorio (adecuado sin duda para un funeral) con una joya extraordinaria. Así, como el que no quiere la cosa, remataron la pésima faena con una polonesa de Schubert (la matriculada D580) en la que la solista Emilia Ferriz se esmeró en arrancar de su violín y de su alma la magia del encanto.
Por fin... ¡Música! Entre la belleza del lugar, la Quinta Alegre, y el equilibrio del cielo, y el esmero de la Orquesta, empastada, cohesionada, afinada, conjuntada, armonizada, y optimista, bajo un cielo “azul granada” aquello sonó a gloria.
Los aplausos del respetable hicieron repetir la pieza, y a la segunda, Emilia se encontró a gusto, sin nervios, dominando la situación, y sencillamente levitó... flotaba colgada de su instrumento, mientras el director le daba alas y los demás músicos le hacían la ola con partituras decimonónicas y eternas.
Jamás pensé que una orquestilla de segunda fila, o tercera, tuviera tantas dotes como para plantarle cara al museo de la estética pidiendo un hueco en la sala mayor de los músicos divinos. Y Emilia hacía lo que le daba la gana con la melodía. Schubert hubiera aplaudido sorprendido.
Con cuatro coplas más del mismo nivel, el concierto hubiera sido digno del Internacional de Música y Danza.
P.E: Escuchen “Franz Schubert - Polonaise B flat major, D 580, violin + orchestra” (en You Tube, claro)

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